Bueno la entrada de hoy va dedicada a Berlin, y a un club de esa ciudad en particular, Berghain/Panorama Bar. Ultimamente esta ciudad y su ocio nocturno me tiene un poco obsesionado.
Es una cronica que esta en el blog de Goa club(que cojo prestada) porque creo que describe muy bien lo que alli sucede. El titulo dice mucho:
Berghain/Panorama bar. El templo, sus fieles y sus hábitos.
Berghain/Panorama Bar viene a ser la evolución lógica berlinesa de lo que habría podido llegar a ser el Moulin Rouge, si éste hubiera respetado fielmente su impetuosa esencia y no se hubiera desvirtuado de aquella maNera. ‘El Moulin Rouge. Un club nocturno, un salón de baile y un burdel. Un reino de placeres nocturnos en el que los poderosos jugueteaban con las jóvenes y bellas criaturas de los bajos fondos’. ¿No os parece una definición genial? Era lo que decía Christian-Ewan McGregor en la película homónima. Y si evitamos metáforas trasnochadas cuando uno no es hábil para leer entre líneas: el mejor garito del mundo. Un reducto particular donde dar rienda suelta, tanto a nuevos y arriesgados pasos de baile, como a fantasías sexuales realizables.
Un interiorismo -apoyado y cimentado en su pasado de central eléctrica- evocador de Metropolis, la película del célebre alemán Fritz Lang, muy apropiado para el desbarre, nos da cada fin de semana la bienvenida. Berghain/Panorama Bar como MetropOlis, se constituye como una pequeña ciudad-estado con sus propias reglas y estamentos, donde dicho sea de paso, los españoles no son bien recibidos, por dejarlo en términos suaves. Aunque cuenta con precedentes históricos como el Kit Kat de Cabaret, o el propio -y más reciente- Ost Gut (clonación que dio lugar a Berghain/Panorama Bar cuando cerró sus puertas), es precisamente como el inicial Moulin Rouge como me apetece imaginarlo. Resulta increíble cuando algo transmite la sensación de haber vivido emociones remotas que realmente nunca se han experimentado. Aunque allí, como en cualquier parte, las drogas están prohibidas, todos apelan a ellas como meras transacciones anímicas. Gente consciente de que más que infringir leyes, están pagando por la adquisición de un sensiblemente alterable estado de ánimo.
¿Nos someten a examen cada vez que nos drogamos? Es lo que llevo preguntándome desde que abandoné Madrid. ¿Para qué nos drogamos, en realidad? ¿Para comprobar cuán capaces somos de mantener la compostura? ¿Para no perder los papeles y así sentirnos justificados a la hora de criticar a áquel que sí lo ha hecho? ¿No es precisamente perder el control, alejarnos de la versión que normalmente somos, lo que perseguimos cuando recurrimos a las drogas? ¿Acaso no buscamos sacar al exterior ese ser grotesco que habita en nuestras profundidades para airearlo de vez en cuando antes de que termine devorándonos por dentro? ¿Quién determina y por qué cuándo se le ha ido a una persona el pedo de las manos? ¿Con qué legitimidad y criterio? ¿Es eso lo que persigue la gente cuando sale por la noche? ¿En eso consiste la diversión ahora? ¿En mofarnos del que está plenamente feliz e integrado en su fabuloso globo (casi) sin incordiar a nadie? ¿De cuántas más estupideces estamos compuestos? Piensa en ello.
Cuando ya creía que Berlín sólo podría ofrecerme sexo y cerveza, ahora ya puedo decir que esta ciudad ha derramado en mi vida un poco de alegría. Algo de felicidad. No mucha. Como si hubiera estado envasada en una muestra de perfume de siete miserables mililitros. ¡A veces vivo días tan felices como los que reserva Dios a sus santos! Sobre todo cuando me encuentro en el templo: Berghain/Panorama Bar. Aunque cuenta con dos cuartos oscuros (uno gay y otro mixto), no es necesario serpentear por instalaciones sombrías tales para poder echar un buen polvo, chupar una polla, realizar -o recibir- un fist fucking en cualquier sofá, desnudarse en cualquier rincón sin inhibiciones propias ni ajenas, siempre -eso sí- tras la mirada atenta -a la par que estupefacta-, generalmente de turistas con la retina poco acostumbrada a semejante libertinaje tan impropio e impúdico de cualquier otro santuario. La libertad que se respira, que se vive en Berlín -ya lo has leído antes-, es extensible al interior de esta peculiar parroquia de placeres sórdidos, si el lector considerara que el calificativo es oportuno. Yo no.
¿Por qué dos nombres? A veces, incluso cuatro (Laboratory y Smegma). Cultura de club, ya deberías saberlo. La sala central corresponde a Berghain y aglutina a gran parte del público-en su mayoría gay- y a la importancia en la cabina de artistas internacionales. Abierto sólo los sábados. Panorama Bar -de talante ambiguamente mixto- se encuentra en la parte superior del recinto. Abre sus puertas los viernes y los sábado, con el privilegio de que cuando Berghain chapa sus instalaciones, Panorama Bar revive hasta el final de sus consecuencias -y los que quedamos, con ellas- gracias a una nueva inyección (sobredosis alicaida entonces) de público procedente de la planta inferior, avivado por el abrir y cerrar frenético de sus inolvidables persianas.
¿Por qué dos nombres? A veces, incluso cuatro (Laboratory y Smegma). Cultura de club, ya deberías saberlo. La sala central corresponde a Berghain y aglutina a gran parte del público-en su mayoría gay- y a la importancia en la cabina de artistas internacionales. Abierto sólo los sábados. Panorama Bar -de talante ambiguamente mixto- se encuentra en la parte superior del recinto. Abre sus puertas los viernes y los sábado, con el privilegio de que cuando Berghain chapa sus instalaciones, Panorama Bar revive hasta el final de sus consecuencias -y los que quedamos, con ellas- gracias a una nueva inyección (sobredosis alicaida entonces) de público procedente de la planta inferior, avivado por el abrir y cerrar frenético de sus inolvidables persianas.
Digamos que hay físicamente allí, un fuerte contraste. De actitudes, de luces, de estilos, de cortes de pelo, de música, de tribus urbanas, de cometidos, de colores, de intenciones, de sexualidades, de pretensiones, de curiosidades colectivas, de necesidades afectivas, de colocones, de interacciones, de deseos correspondidos y no. Si hay algo que me engancha de Berlín es la capacidad de que cada fin de semana pueda entrar a un club cuando es de noche y abandonarlo cuando el sol ya hace mucho que ha caído. El ciclo vital de los clubs de Berlín no atiende a interrupciones burocráticoas fastidiosas, sino a requerimientos mercantiles: cuando el público deja de ser el suficiente, se cierra. Como debería ser. No existen horarios predeterminados. Sólo una oferta convulsiva y perpetuamente prolongable. Puede que sí un comienzo tácito, preestablecido. Pero el final es siempre sorpresivo. Como la vida.
Allí suelo invertir a veces más de dieciséis horas de fiesta cada sesión, a las que suelo acudir con periodicidad de feligrés. Interumpidas sólo por regulares peregrinaciones al baño. No suelo considerarme carne de cuarto oscuro. O al menos no en dicho templo. Alcohol, speed, cocaína, cristal, ketamina, marihuana, ghb, sonrisas verdaderas y falsas, minimal techno. En ese orden. ‘Te doy la paz’. ¿Alguien da más? Pero sobre todo, alcohol. Una Becks, tres euros. Generalmente, suelo pasar de la docena. Ninguna persona sana necesita comer. Si la gente sólo bebiera, los doctores no tendrían trabajo. Puedo citarles un caso célebre que lo demuestra: el mío. Un sistema nutritivo curtido por el alcohol es capaz de soportar lo inesperado. El ser humano está muy bien hecho. Lo bastante para mantenerte con vida. Es como el papel: lo aguanta (casi) todo. Realmente, la vida es muy extraña. Sórdida, en ocasiones. Irrepetible siempre. Nunca sabes lo que está preparando para ti. Y si lo supiéramos, tened a buena fe que huiríamos despavoridos.
Porque nos pasamos la vida huyendo. De nuestros estados de ánimo, sin ir más lejos. Naturales y artificiales. Cuando estamos tristes queremos estar alegres. Si lo conseguimos, nos empeñaremos entonces en buscar una razón absurda que desbarate esa sensación. Y es así como volvemos a sentirnos desgraciados, cuando en realidad queremos vernos dichosos. Si nos encontramos agobiados, deseamos con todas nuestras fuerzas hallarnos libres de cualquier fatiga. Pero no hasta el punto de sabernos (o que nos crean) inútiles. Lo mismo ocurre con las drogas: cuando estamos borrachos, necesitamos un tiro. Un desmedido enzarpe, suplica un porro. Demasiados porros demandan de nuevo alguna raya, ya sea de speed o de perico. Si el globo de pastillas, setas o cristal es lo suficientemente potente, otra vez estamos pidiendo a gritos una ronda de tiros. Siempre incapaces de disfrutar de nuestra primera elección. De un estado permanente. Siempre huyendo.
Allí suelo invertir a veces más de dieciséis horas de fiesta cada sesión, a las que suelo acudir con periodicidad de feligrés. Interumpidas sólo por regulares peregrinaciones al baño. No suelo considerarme carne de cuarto oscuro. O al menos no en dicho templo. Alcohol, speed, cocaína, cristal, ketamina, marihuana, ghb, sonrisas verdaderas y falsas, minimal techno. En ese orden. ‘Te doy la paz’. ¿Alguien da más? Pero sobre todo, alcohol. Una Becks, tres euros. Generalmente, suelo pasar de la docena. Ninguna persona sana necesita comer. Si la gente sólo bebiera, los doctores no tendrían trabajo. Puedo citarles un caso célebre que lo demuestra: el mío. Un sistema nutritivo curtido por el alcohol es capaz de soportar lo inesperado. El ser humano está muy bien hecho. Lo bastante para mantenerte con vida. Es como el papel: lo aguanta (casi) todo. Realmente, la vida es muy extraña. Sórdida, en ocasiones. Irrepetible siempre. Nunca sabes lo que está preparando para ti. Y si lo supiéramos, tened a buena fe que huiríamos despavoridos.
Porque nos pasamos la vida huyendo. De nuestros estados de ánimo, sin ir más lejos. Naturales y artificiales. Cuando estamos tristes queremos estar alegres. Si lo conseguimos, nos empeñaremos entonces en buscar una razón absurda que desbarate esa sensación. Y es así como volvemos a sentirnos desgraciados, cuando en realidad queremos vernos dichosos. Si nos encontramos agobiados, deseamos con todas nuestras fuerzas hallarnos libres de cualquier fatiga. Pero no hasta el punto de sabernos (o que nos crean) inútiles. Lo mismo ocurre con las drogas: cuando estamos borrachos, necesitamos un tiro. Un desmedido enzarpe, suplica un porro. Demasiados porros demandan de nuevo alguna raya, ya sea de speed o de perico. Si el globo de pastillas, setas o cristal es lo suficientemente potente, otra vez estamos pidiendo a gritos una ronda de tiros. Siempre incapaces de disfrutar de nuestra primera elección. De un estado permanente. Siempre huyendo.
1 comentarios:
Un 10 por la cronica, completamente acertada. Ya somos dos los obsesionados con la vida de esa ciudad. La comparacion del berghain con el moulin rouge es perfecta. Realmente cuando estas alli sientes algo especial, es un lugar donde se cuece algo, se nota en el ambiente, es grande, es EL club.
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